jueves, 15 de noviembre de 2012

El ocio gregario: a raíz del accidente del Madrid Arena, 15 de noviembre de 2012.


El ocio gregario

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Macrofiesta
Las macrofiestas que congregan a una multitud de jóvenes empiezan a ser vistas como eventos arriesgados, y no solo por la avalancha mortal producida en el Madrid Arena. Ahora todo el mundo propone reforzar las medidas de seguridad, endurecer los controles de acceso, impedir la entrada de menores. No deja de ser curioso que una fiesta que se publicita como ocio a rienda suelta acabe necesitando unas normas cada vez más rígidas.
Pero, más allá de los problemas de seguridad, la atracción de eventos de este tipo indica también los problemas del gregarismo en el ocio. Para muchos jóvenes “hay que estar” en la macrofiesta o en el botellón, participar de la efusión colectiva, vibrar con lo mismo que los otros, dejarse llevar por la música, por el alcohol y quizá la droga. El baile, la música y la juventud siempre han ido de la mano. Pero lo llamativo de la noche juvenil actual es que invita a la diversión despersonalizada, a ser un número en una multitud, un cuerpo rozando con otros cuerpos, sin posibilidad casi de hablar, de relacionarse de persona a persona, sumergidos en un acontecimiento que anula lo singular.
Paradójicamente, la diversión actual se asemeja en su forma gregaria a las movilizaciones juveniles promovidas en los años treinta del siglo XX con fines nacionalistas e ideológicos. En aquella época movilizaba la política; hoy, la diversión. Entonces convocaban los gobiernos, sobre todo de regímenes totalitarios; hoy son los poderes económicos del sector del espectáculo. Los jóvenes –y también los mayores– de las concentraciones de entonces iban con sus uniformes, sus banderas y sus himnos; los de las macrofiestas de hoy van también uniformados en sus comportamientos, y a veces casi hasta en su vestimenta. Los jóvenes de los años treinta iban a escuchar extasiados a su líder; los de hoy, al disc jockeyfamoso. Los de entonces eran enrolados en el partido, y los de ahora en la taquilla. Y tanto unos como otros se sentían muy satisfechos, con la sensación de formar parte de un acontecimiento que les sobrepasaba.
El historiador Johan Huizinga ironizaba en los años treinta sobre “el espíritu de parada y desfile militar que se ha apoderado del mundo”. “No hay plaza que sea bastante grande para contener el país entero, formado en filas, como soldaditos de plomo (…) Esto parece grandeza, parece poder; es una niñería. Quien sepa reflexionar comprende que nada de esto tiene valor alguno. Solo revela la proximidad en que viven el heroísmo popular de camisas coloreadas y manos en alto y el puerilismo general” (Entre las sombras del mañana, p. 155).
También las formas de diversión actual podrían merecer un juicio parecido. La juventud es una edad proclive al gregarismo. Incluso cuando es rebelde, suele ser una rebeldía en grupo. En ninguna otra etapa de la vida es tan importante la aprobación de los iguales, ni tan fuerte el tirón de hacer lo que hacen los demás.
Jóvenes con templePero no toda concentración juvenil tiene por qué ser gregaria. Tenemos cercano todavía en Madrid el eco de la Jornada Mundial de la Juventud. También hubo multitudes de jóvenes, fiesta, banderas y signos de identidad, fraternidad en un clima de entusiasmo, escucha atenta de un líder espiritual. Pero no era una multitud anónima y despersonalizada, porque el sentido del acontecimiento era favorecer el encuentro personal entre cada joven y Dios. Por eso también había una comunicación fácil con rostros de otras razas, culturas y clases. Fue así una fiesta que no creó problemas de seguridad, sin peleas, sin borracheras, sin destrozos.
Esto no pretende sugerir que el problema del ocio juvenil del fin de semana se resuelva con actividades en iglesias. Pero sí que hace falta buscar formas de ocio en las que el joven pueda seguir siendo persona, en las que el clima no favorezca abandonarse a experiencias descerebradas.
Por su parte, también el joven ha de tener el temple de ser rebelde frente a la masa, de mostrar su personalidad eligiendo el ambiente y los amigos con los que divertirse, sin temor a perderse fiestas de las que se sale con el alma marchita y el cuerpo desvencijado.
Ante las concentraciones de las camisas pardas y de las rojas, Huizinga lamentaba el puerilismo de su época: “La masa se siente muy cómodamente instalada en una semivoluntaria insensatez, que puede llegar a ser peligrosísima, porque relaja los frenos de las convicciones morales”. De bastantes macrofiestas juveniles actuales podría decirse lo mismo. De poco sirve pedir el carnet de identidad a la entrada, si luego se trata de vivir experiencias en las que uno abdica de su condición de adulto.

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