miércoles, 3 de abril de 2013

Del blog de Aceprensa, la familia actual, "Estar sin que se note"


Estar sin que se note

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Adolescente y padre en segundo planoAlbert Einstein decía que “Dios utiliza las coincidencias para seguir en el anonimato”. Algo parecido debemos hacer los padres: interferir lo mínimo en el desarrollo personal de nuestros hijos, permanecer en un segundo plano, dejarles crecer. Eso no significa, lógicamente, que tengamos que desaparecer, ni mucho menos, sino que tenemos que estar, pero sin que se note demasiado; de lo contrario, no dejaremos que sean ellos los protagonistas de su vida.
Los padres sabemos utilizar las coincidencias, mover los hilos, actuar de incógnito, organizar desde la sombra. Porque nos hemos acostumbrado a velar su sueño, a estar pendientes de ellos, a colocar los regalos mientras duermen, a esperarlos cuando llegan tarde. Y sabemos retirarnos a tiempo, seguir en el anonimato, para que ellos sean los protagonistas de un guion que nosotros no hemos escrito.
Pero el celo protector de algunos padres no deja crecer a sus hijos. De ese modo, crean personas dependientes e inmaduras, incapaces de decidirse, que tienen miedo al futuro y se resisten a crecer.
Un hijo, en el momento de la adolescencia, lleva en su interior un ser que ha de nacer a la vida adulta. No nos extrañe, pues, que un adolescente se sienta raro, que no sepa lo que le pasa, que esté más sensible, que tenga cambios de humor, que sufra. Debe obrar un auténtico parto, largo y doloroso, y dar a luz a ese hombre o mujer que lleva dentro. Quien está a punto de nacer por segunda vez es él mismo, ella misma, pero debe nacer a una nueva etapa. De ahí el desconcierto, la inseguridad, la incertidumbre.
¿Y qué pueden hacer los padres en ese trance? Poco y mucho a la vez. Deben saber estar sin que se note, asistir al parto, ayudar a nacer; en definitiva, ejercer de comadronas. En este momento vital, los hijos han de ser los protagonistas: ellos son los que tienen que dar a luz; sin embargo, necesitan la asistencia de la matrona, no para que los sustituya, cosa, por otra parte, imposible, sino para que se sientan arropados. Más que en otras etapas, es necesario que en este momento crucial los padres actúen socráticamente, es decir, que ayuden a sus hijos adolescentes a dar a luz, a nacer a la vida adulta.
En la vida de una persona hay que cortar dos veces el cordón umbilical. La primera vez se lleva a cabo de manera física tras el parto, para que el bebé pueda vivir fuera de la matriz. La segunda vez hay que cortar un cordón de otra índole, el que une al hijo con su familia y le hace depender de ella. En este caso, el corte no es físico, sino afectivo y se lleva a cabo de forma paulatina a lo largo de la adolescencia. El primer cordón umbilical lo cortan los médicos, este segundo lo tienen que cercenar los padres: tarde o temprano deben permitir que su hijo nazca nuevamente, ahora a la vida adulta.
Como padres, debemos seguir en el anonimato, estar sin que se note, para que, a la larga, nuestra labor se note cuando no estemos.

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