Más fotos, menos recuerdos
Antes
de la era digital, en casi todas las familias existía un álbum de fotos o una
caja de zapatos llena de fotografías. Allí estaban los recuerdos: los más
antiguos en blanco y negro y los más modernos en color o en papel brillante de
polaroid. Muchas veces abríamos el álbum o la caja y mirábamos y remirábamos
aquellas fotos antiguas, testigos de la vida de la familia, hablábamos sobre
todos esos recuerdos que había inmortalizado la cámara compacta o réflex de
nuestro padre o de algún familiar y así alimentábamos la memoria de lo que
fuimos.
Aunque en aquellos álbumes o cajas hubiera muchas fotografías,
no había demasiadas, podríamos decir que las suficientes para poder verlas
todas durante una tarde lluviosa. En caso de exceso, se hacía una selección natural
y algunas instantáneas, por repetidas, por borrosas o mal enfocadas, quedaban
relegadas en algún otro receptáculo no tan a la mano.
Pero ahora, aunque han disminuido las fotos en papel,
disponemos de miles y miles de instantáneas en recónditas carpetas de nuestro
ordenador, almacenadas en un disco duro que rara vez conectamos o en la galería
de nuestros teléfonos móviles. Ahora lo fotografiamos todo, de modo que
dedicamos más tiempo a registrar lo que nos está pasando que a vivirlo, como si
dejáramos para después el revivirlo. Pero, por lo general, ese momento nunca
llega, porque no tenemos tiempo para ver todo lo que hemos guardado, todo lo
que hemos acumulado. Como hormigas atareadas, nos dedicamos a almacenar
vivencias, que no a vivirlas, esperando que llegue el invierno para extraer de
esa memoria digital lo que hemos echado en ella; sin embargo, esa oportunidad
raras veces se presenta.
En vez de vivir el momento,
preferimos “inmortalizarlo” con nuestra cámara, nuestra tablet o
nuestro móvil; en vez de vivir los primeros pasos de nuestro bebé, preferimos
grabarlos; en vez de vivir el cumpleaños de nuestro hijo, preferimos hacer
docenas de instantáneas y ver cómo han quedado. Creemos que de esa forma
nuestra memoria se refuerza, pero no es así, porque al estar pendientes de la
foto no lo estamos tanto de lo que está pasando. De la misma manera que
recordamos pocos números de teléfono porque los hemos confiado a la memoria de
nuestro móvil, del mismo modo el recuerdo de nuestras vivencias no es tan nítido
porque no las hemos vivido con tanta intensidad y las hemos encomendado a los
megapíxeles de una cámara digital.
Un reciente estudio llevado
a cabo por la Dra. Linda
Henkel de la Universidad
de Fairfield en Connecticut ha puesto de manifiesto que hacer fotos interfiere en nuestra memoria, es
decir, que cuantas más fotos hacemos, menos recordamos. El experimento tuvo
lugar en un museo. A los voluntarios se les dijo que podrían hacer o no
fotografías, y después se comprobó que los que no las hicieron recordaban mejor
lo que habían visto.
Es importante tener imágenes de lo vivido, pero lo es más
vivirlo con intensidad. Está bien eso de poder ver la vida en diferido, pero es
mejor vivirla en directo. Está bien guardar los recuerdos, pero vale más poder
recordar. Hay muchas ocasiones en nuestra vida familiar que bien merecen que
las fotografiemos, siempre y cuando no dejemos que las fotografías las
sustituyan.
No hay comentarios:
Publicar un comentario