miércoles, 16 de abril de 2014

El blog de Aceprensa: lafamiliaactual, 14 de abril de 2014.

Crisis de favores

Cadena de favoresSe ha dicho que la crisis actual no es una crisis económica sino una crisis de valores. Estamos de acuerdo. No hay más que darse una vuelta por los mercados, no por los paneles de la Bolsa donde se muestran gráficas aterradoras, sino por el ágora, por las plazas, como hacía Sócrates en su tiempo, y ver lo que está pasando, y comprobar que el colchón acaba cayendo irremediablemente cuando se van rompiendo las varillas del somier. Hemos vivido por encima de nuestras posibilidades, hemos desterrado la honestidad como cosa de tontos, hemos puesto todo nuestro empeño en lo superficial, hemos querido vivir sin pensar, hemos despreciado el valor y nos hemos quedado con el precio, hemos tenido sin haber sido.
Esta crisis de valores es, en el sentido social, una crisis de favores. Para que una sociedad se sostenga necesita dos columnas: la justicia y la benevolencia, la legalidad y la concordia, los recursos y las buenas intenciones, el dinero y lo que no se puede comprar con dinero, las normas y los favores. Un favor no es ese que se hace a los amigos cuando uno ha conseguido un buen puesto, sino el beneficio que se hace a otro sin esperar nada a cambio, es decir, la ayuda mutua, el arrimar el hombro, el echar una mano, el estar ahí por si me necesitas… Los favores son microscópicos, pero, uno sobre otro, ayudan a sustentar la sociedad.
Séneca, en su tratado De beneficiis, abogaba por la recuperación de los favores o beneficios como única forma de salir de la crisis de valores que, como en nuestros días, estaba padeciendo el imperio romano. Para el filósofo cordobés, una cadena de favores (como la película homónima de Mimi Leder) sería la mejor manera de acabar con la “vanidad de la riqueza” que convierte a la sociedad en una ciudad cautiva, prisionera de los vicios que él describe: “los latrocinios y las expoliaciones, los adulterios, la embriaguez, los banquetes y la cocina sofisticada, el culto al cuerpo y a la belleza física, la crueldad individual y colectiva,… y la ignorancia”. Una sociedad ignorante se caracteriza por errar el blanco y buscar la felicidad donde no se halla: en el apego a las cosas.
Para salir de ésta necesitamos robustecer la columna de la benevolencia, recuperar los favores, algo que no se puede tocar con las manos –decía Séneca–, porque es un asunto del espíritu (res animo geritur). La sociedad ignorante, que desprecia cuanto ignora, no cree en los valores intangibles, como la honestidad, la amistad, la ayuda, la caridad, los favores…; sin embargo, sólo si contamos con ellos, podremos no sucumbir. Los favores, los pequeños favores que nos hacemos unos a otros, tejen hilo a hilo una red invisible mientras los malabaristas de la economía siguen dando piruetas por el aire.
Como todas las cosas importantes, los favores se aprenden en la familia. Se aprende, como dice al filósofo de Córdoba, que la intención es la que realza las cosas pequeñas y la que envilece las grandes; que conviene que el benefactor olvide lo que ha dado, mientras que el beneficiado nunca debe olvidarse de lo que ha recibido; que hemos de aceptar favores sólo de aquellas personas a las que nosotros también se los haríamos; que el que recibe un favor de buen grado ya lo ha devuelto; que quien no lo devuelve peca más, pero quien no lo da peca antes; que es, en fin, de bien nacidos ser agradecidos.
La crisis que estamos padeciendo es una crisis de favores. La sociedad no regala, sino que distribuye; no da, sino que presta. No puede hacer otra cosa. Bueno, quizá sí: no destejer por la noche lo que los padres han tejido durante el día. Invirtamos en favores, un valor que genera lazos de gratitud e insospechados beneficios, aunque no cotice en bolsa.

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