miércoles, 25 de febrero de 2015

El blog de Aceprensa, 25-2-2015.

Los tres bebedores de vinagre

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Rechazar comidaUna antiquísima leyenda oriental cuenta la historia de tres maestros de espiritualidad a los que se les ofreció para beber un vaso de vinagre:
Un venerable anciano ciego vivía en una cabaña en mitad de la montaña. Buscando el silencio y la soledad, pasó por allí Buda. Se detuvo a la puerta de la cabaña porque tenía sed y pidió algo de beber. El anciano le ofreció un vaso de vinagre. Buda lo probó y lo escupió. “¿Por qué lo escupes?”, le preguntó el ciego. “Porque está amargo”, le respondió y siguió su camino.
Otro día llamó a su puerta Confucio, que también buscaba el silencio y la soledad, y el venerable anciano le volvió a ofrecer el vinagre. Confucio se lo bebió y le dio las gracias, pero el ciego le preguntó a qué le había sabido aquella bebida. El sabio le respondió: “Es muy agria”. “Entonces, ¿por qué te las has bebido?”, le recriminó el anciano. “Porque me la has ofrecido y no quería ofenderte, además –añadió Confucio–, porque es lo único que tengo para apagar mi sed”.
Días más tarde, pasó por el mismo sitio, buscando el silencio y la soledad, Lao-tse, el fundador del taoísmo, y el anciano le ofreció, como a los otros dos, un vaso de vinagre. El peregrino se lo bebió y agradeció la hospitalidad. También fue preguntado por el sabor de aquel líquido. Lao-tse dijo que lo consideraba dulce y siguió su camino.
El vinagre representa la vida y los tres bebedores, las diferentes formas de afrontarla.
Buda y Lao-tse tergiversan la realidad: al primero el vinagre le sabe amargo y al segundo, dulce; pero el vinagre, no nos engañemos, es agrio. La respuesta de Confucio parece ser, pues, la más sensata; sin embargo, los tres bebedores de vinagre tienen algo de razón: la vida es agridulce y amarga.
Sin duda, la vida tiene los tres sabores: muchas veces es amarga, otras agria y otras dulce. Nos ofrece tragos amargos que no los podemos ingerir y nos vemos obligados a escupirlos, aun así, el amargor se nos queda en la boca durante mucho tiempo; nos ofrece otros agrios que bebemos por necesidad, porque no nos queda otro remedio; por último, de vez en cuando, nos brinda un sorbo dulce, como un vino suave y aromático, que mitiga nuestra sed y nos hace olvidar que estamos bebiendo vinagre.
La felicidad radica en saber conjugar los tres sabores: no reside sólo en escupir los sorbos amargos, ni en acostumbrase a la acritud, ni en emborracharse cuando se nos ofrece un vino dulce. Porque ni el amargado ni el mordaz ni el borracho son felices. El primero porque no sacia su sed, el segundo porque bebe a disgusto, el tercero porque pierde el gusto. La persona feliz sabe escupir las amarguras, sorber la agrura de la vida y embriagarse de su dulzor. Ya lo decía Confucio: “sólo puede ser feliz siempre el que sepa ser feliz con todo”.

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