jueves, 19 de septiembre de 2013

Blog de la Familia Actual, 16-9-2013.

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Niño sonrienteCorea del Sur vive desde hace un tiempo la fiebre de la cirugía plástica: una de cada cinco mujeres de ese país se ha sometido a alguna operación estética. La última moda se llama “Smile Lipt”, una “sencilla” intervención en la comisura de los labios con la que se consigue elevarlos y crear una sonrisa artificial perpetua. Cual Leonardos Da Vinci, los cirujanos surcoreanos prometen convertir a personas poco sonrientes en eternas Giocondas.
La técnica pretende corregir la naturaleza y dotar de sonrisa a quien que no la tiene o le resulta difícil hacer esa mueca. Amén de las razones estéticas (sonreír nos embellece), esa pequeña intervención está recomendada especialmente para personas inseguras. Ya lo dicen los psicólogos, somos más felices si vemos sonrisas a nuestro alrededor y, lógicamente, si sonreímos nosotros.
La empresa Aone, que es la que realiza este tipo de operaciones, dibuja perennes sonrisas para que la gente aparente ser feliz. Algo consigue, pues sonreír nos hace ser más optimistas, más seguros, tener más confianza, afrontar los conflictos de forma más positiva y sentirnos mejor. Pero lo que asegura tener una sonrisa, más que una intervención quirúrgica, es la alegría, algo que no surge de los músculos de la cara, sino de mucho más adentro.
Alegre viene del latín alacer o alacris, que significa vivo, ágil, ligero, brioso. La alegría nos hace tener ese brío, esa ligereza, esa agilidad, esa viveza con los que resulta más fácil afrontar las contrariedades diarias y nos eleva las comisuras de los labios. Podríamos decir que la alegría nos da alas, pues “alegre”, con permiso de la etimología, se podría emparentar con “ala”.
La persona alegre es capaz de volar por encima de las preocupaciones cotidianas y de los problemas grandes y pequeños, y, desde esa altura, ve mejor. A la persona alegre no le salpica el barro del camino porque siempre se mantiene a una determinada distancia del suelo. Las alas le permiten construir su casa por encima de los desasosiegos del mundo, como los pájaros hacen sus nidos en los árboles. Por eso, cuando uno se encuentra alegre (“alado”) es como si estuviera por encima de todo.
Una persona alegre es un espejo: ella se convierte en tu imagen porque tú te contagias de su alegría. Es lo que nos ocurre cuando nos asomamos a la cuna de un bebé, al juego de un niño o a las ilusiones de un adolescente. En este sentido, los padres nos vemos reflejados en nuestros hijos y nos hacen ser alegres porque ellos lo son.
Probémoslo. Sonriamos cada vez que nuestro bebé nos sonríe, alegrémonos cada vez que nuestro hijo se alegra de vernos y corre para echarse a nuestros brazos, dejemos que nos invada la felicidad cada vez que abre un regalo, riamos de emoción cada vez que se emociona.
Parece que Corea del Sur (uno de los países con la tasa de natalidad más baja del mundo) se ve obligado a recurrir a la cirugía plástica para crear sonrisas, sonrisas que no son manifestación de alegría interior, esa que nos contagian los hijos, sino, como las antiguas máscaras de teatro, muecas para representar la comedia de la vida.
Ponte una sonrisa, pero que te salga de dentro.

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