Entre la permisividad, la
ignorancia y el temor. Así viven los padres y madres españoles el consumo de
alcohol de sus hijos menores de edad, según el estudio Jóvenes y
alcohol de la Fundación Pfizer. Aunque el título es engañoso.
Porque lo relevante no es tanto que este trabajo, en línea con otros como las
encuestas Estudios del Plan Nacional sobre Drogas, reflejen que una gran
mayoría de los menores bebe. Sino que enfrenta este hecho con lo que piensan
sus padres. Y ahí se ve que la expresión “brecha generacional” es algo más que
una metáfora.
Empecemos por la pregunta más
sencilla: ¿Con qué frecuencia, en términos generales, sueles tomar bebidas
alcohólicas? De los chavales de entre 12 y 18 años, el 34,3% contesta que lo
hace al menos una vez al mes. Pero sus padres creen que eso sucede solo con el
19,1% de sus hijos. La diferencia son 15,2 puntos, un 44% de error.
Tampoco hay acierto sobre cuándo
empezó a beber el hijo (o la hija, que el masculino genérico no debe ocultar
que la igualdad entre ambos sexos es cada vez mayor). Los chicos dicen que lo
hicieron con 13,7 años de media (un dato que coincide con el del Plan Nacional
sobre Drogas, y que casi no varía año a año). Los padres, creen, en cambio, que
fue a los 15. El anuncio publicitario de la Fundación de Ayuda a la
Drogadicción (FAD) con un padre que niega que el adolescente borracho que
habían visto los vecinos fuera el suyo no puede ser más acertado. Javier
Quiroga, jefe de la unidad de Comunicaciones del Samur (Servicio de
Asistencia Municipal de Urgencia y Rescate) de Madrid, coincide, por su
experiencia, en esa apreciación. “Padres que lo niegan o dicen que a sus hijos
les han echado algo en la copa parecen un chiste, pero son reales”.
La edad media para empezar a beber
está en los 13,7 años
Con esa edad media de inicio, eso
quiere decir que hay muchos menores de los 13 años que beben desde antes,
resalta Enrique Baca, catedrático en Psiquiatría de la Universidad Autónoma de
Madrid y patrono de la Fundación Pfizer. “El 8,1% empezó a beber antes de
los 10, y el 20,5% antes de los 12. El grueso, el 55%, lo hace entre los 13 y
los 15”, destaca. A partir de ahí, los porcentajes bajan mucho (lógico, porque
la mayoría ya se ha iniciado en el consumo, y quedan los más reacios).
Este ejercicio de comparar los
aciertos entre lo que dicen los hijos y lo que sus padres creen que saben se
puede repetir en casi todas las preguntas del trabajo. La equivocación es del
33% si se le pregunta a los padres si sus hijos toman licores fuertes, por
ejemplo. Eso sí, clavan la respuesta sobre el consumo de champán y cava o de
licores de frutas. ¿Es pura casualidad? Quizá no. Porque esos tipos de bebidas,
festivas y esporádicas, suelen ser parte de comidas y celebraciones familiares.
Y los progenitores saben que sus hijos las toman porque lo hacen en su presencia.
Este aspecto lleva a otro punto del
estudio, como refleja Baca: la permisividad de los padres. Hay una pregunta en
la que las respuestas de los hijos y lo que dicen sus padre y madres coinciden
bastante: en si beben con permiso. Y es que un 53,7% de los padres y madres lo
permiten, en casa o fuera de ella, según los adolescentes.
El 8% de los menores de 10 años ya
ha probado los licores
“Esta respuesta, tan llamativa, es
de las que no me creo”, dice el psiquiatra de la Universidad Autónoma de
Barcelona Miguel Casas. Baca y Pedro Núñez Morgades, ex Defensor del Menor
de la Comunidad de Madrid y también patrono de la Fundación Pfizer, coinciden.
“Los padres saben lo que tienen que contestar, lo que queda bien”. Por eso, lo
más probable, apuntan estos expertos, es que el porcentaje real sea superior:
son todavía más los progenitores que —“por desconocimiento o impotencia, sobre
todo a partir de los 16 años”, matizó Núñez Morgades—, dejan que sus hijos
beban.
Los datos van en esta línea. Para
empezar, hay una clara relación entre padres bebedores e hijos que también lo
hacen. Y más del 40% de los chavales se iniciaron en familia. Las repuestas
aquí también son bastante coincidentes: los hijos dicen que eso sucedió en el
41,3% de las ocasiones y los padres —quizá por aquella tontería de “que
aprendan conmigo”, dijo Núñez Morgades— creen que pasó el 45,4% de las
ocasiones.
El tema del aprendizaje no es un
asunto menor. Porque lo que no se puede perder de vista es que el alcohol es
dañino. Afecta al desarrollo intelectual y físico de los menores, aunque estos
todavía tienen una serie de mitos al respecto, como que si solo se bebe de vez
en cuando (los fines de semana) no hace daño, dijo Núñez Morgades. “Ven sus
efectos como algo lejano”, y opinan que “no engancha como otras drogas”,
añadió.
Los brindis de las fiestas
familiares son una vía de iniciación frecuente
Los expertos coinciden en señalar
en que la formación es clave. E incluso alguno, como Casas, cree que parte de
ese aprendizaje está en el propio consumo. “España es un país vitivinícola,
donde el alcohol está presente en todo, desde las fiestas a la religión”,
resaltó Casas. “Es inherente a nuestra sociedad”, añadió. Por eso, el
psiquiatra, que también trabaja en el hospital Vall d'Hebrón de Barcelona,
dice en este sentido que, muchas veces, “quienes peor beben son los que tienen
poca práctica”. Este experto cree que insistir en medidas represivas es un
esfuerzo inútil. “¡Si no hemos conseguido erradicar el consumo de hachís o
cocaína!”, comenta. Lo que pasa es que hay que saber beber. “¿Tiene peligros?
Desde luego.
Pero también los tienen las
bicicletas. En Holanda sería absurdo que no dejaran usarlas hasta los 18 años.
Acabarían atropellados por un tranvía”, pone como ejemplo. Otra cosa es que él
cree que hay que vigilar esos primeros años de contacto con la bebida,
peligrosos pero inevitables. Entre lo que se podría hacer está educar a los
chavales para que se vigilen unos a otros. No en el sentido de reprimirse, sino
en el de estar al tanto. “Si cuando sale un grupo siempre es el mismo el que
pierde el conocimiento, es que algo le pasa”.
Casas es de la opinión de que hay
una serie de factores —sobre todo problemas psiquiátricos como el trastorno por
déficit de atención e hiperactividad— detrás de los problemas de adicción. “El
85% aprende a beber sin complicaciones, el otro 15% es el que está en peligro”.
“Ellos son los que se emborrachan en los botellones, los que al
llegar a la adolescencia empiezan con el consumo de drogas y a los que hay que
tratar. Porque la adicción no es por vago, por el paro o factores socioculturales;
es una enfermedad de causas biológicas”, insiste el experto
Este planteamiento no es cómodo,
porque parece tener un cierto componente de determinismo, de predisposición
genética al alcoholismo. Casas lo defiende, y cree que lo importante es saberlo
para actuar. Por eso, él cree que el peligro no está en
el botellón —“solo el 10,3% se emborracha en ellos la mayoría de las
veces, lo que coincide con ese 15% de predisposición biológica”—, señala.
Con este estudio, el debate de las
medidas para combatir el consumo excesivo tiene nuevos argumentos. “Hablar con
los niños, y no a los niños”, dice Núñez Morgades. El alcohol está ahí, y la
cuestión está en abordarlo sobriamente.
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