Brendan O’Neill escribe un artículo en Spiked (11-04-2013) en el que muestra su inquietud ante
el conformismo con el que se acepta el matrimonio gay, tan extendido como
asfixiante para los que se atreven a disentir. El autor considera que ni
siquiera se puede hablar de consenso. En una alteración sustancial del
matrimonio tendría que haberse producido un vigoroso debate intelectual, social
y político. Pero lo que ha acontecido es un conformismo social, ante una
presión política y legislativa bien orquestada.
Los que se oponen a esta tendencia son tachados de homófonos e indeseables,
como O’Neill sabe por experiencia propia. Como dice Christopher Caldwell
en The Weekly Standard, el matrimonio gay ha pasado “de chiste a dogma
en una década”.
Un columnista del diario The Guardian comparaba la lucha por el
matrimonio gay con la defensa de los derechos civiles de los negros, liderada
por Luther King. Pero, comenta O’Neill, sacar a colación a Luther King solo
pone de manifiesto lo distinta que es la campaña a favor del matrimonio gay:
“no ha habido ninguna marcha sobre Washington a favor del matrimonio entre
personas del mismo sexo; nada de luchas callejeras; nada de manifestantes
rociados con cañones de agua por la policía, ni atacados por perros, ni
hostigados por el KKK, ni arrojados en la cárcel”. La defensa del matrimonio
homosexual, a diferencia de la causa liderada por Luther King, no ha surgido de
las bases sociales. Ha comenzado en las élites, con el concurso activo de políticos
y jueces, y se está imponiendo socialmente por un rodillo legislativo y
propagandístico.
“En verdad, el extraordinario ascenso del matrimonio gay nos habla, no de
un nuevo espíritu de libertad o de igualdad a la par del movimiento por los
derechos civiles de 1960, sino más bien del conformismo político y ético de
nuestra época”, del modo en que “en una era acrítica como la nuestra, las ideas
pueden convertirse en dogmas rápidamente; de la dificultad de expresarse de
acuerdo con las propias ideas o de mantenerse fiel a las propias creencias en
un tiempo en que la duda y el desacuerdo son tratados como patologías”.
Esto ha hecho posible que el matrimonio gay se haya convertido en una
especie de dogma. “El mero hecho de debatir el matrimonio gay ha sido
implícitamente demonizado, como decía un observador: ‘Debatir sobre si hay que
negar a un grupo sus derechos civiles es inaceptable’”. Pero lo que se debate
es precisamente si se trata de un derecho civil.
“La campaña del matrimonio gay –afirma O’Neill– proporciona un caso de
estudio sobre el conformismo, una aguda percepción de cómo un autoritarismo
suave y la presión ambiental son aplicados en la edad moderna para marginar y
eventualmente eliminar cualquier punto de vista que se considera demasiado
crítico, superado, discriminatorio, ‘fóbico’ o inaceptable”.
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