En la festividad de san Joaquín y santa Ana,
se celebró el «Día del Abuelo».
Los ancianos han sido siempre punto de
referencia en todas las civilizaciones. La cultura y religión judías, por
ejemplo, sentía verdadera devoción por ellos. ¿Quién no recuerda, por ejemplo,
la figura de Tobías, el cual, con humildad y valentía se compromete a observar
la ley de Dios, a ayudar a los necesitados y a soportar con paciencia la
ceguera, hasta que experimenta la intervención sanadora de Dios?
En la cultura griega y romana también eran
tenidos en gran consideración. El poeta latino Ovidio escribió: «En un tiempo,
había una gran reverencia por la cabeza canosa». Y, siglos antes, el poeta
griego Focílides amonestaba: «Respeta el cabello blanco: ten con el anciano
sabio la misma consideración que tienes con tu padre».
En el Nuevo Testamento encontramos abundantes
testimonios. Por ejemplo, cuando María y José presentan al Niño en el Templo de
Jerusalén, se encuentran con el anciano Simeón, que proclama a Jesús como «el
Mesías», que él había esperado durante tanto tiempo. Junto a él, la profetisa
Ana, anciana de ochenta y cuatro años, se puso a alabar a Dios y hablaba a
todos del Salvador. Anciano era también Nicodemo, miembro notable del Sanedrín,
que visita a Jesús de noche, pero da la cara en el momento de su muerte.
Actualmente, en algunos pueblos la ancianidad
sigue siendo tenida en gran estima y aprecio; en otros, en cambio, lo es en
mucho menor grado, debido sobre todo a una concepción utilitarista y
productiva. A causa de esta actitud, la tercera o cuarta edad son
frecuentemente infravaloradas y hasta despreciadas, juzgando que su existencia
ya no es útil y proponiendo incluso la eutanasia.
Pienso que entre nosotros, aunque existen
personas que tienen esta mentalidad utilitarista y materialista, son mucho más
numerosos los casos en los que los abuelos son tratados con respeto, amor y -en
no pocas ocasiones- verdadero mimo. De todos modos, es urgente recuperar una
adecuada perspectiva de la vida, descubriendo que la ancianidad tiene una
misión que cumplir en el proceso de la progresiva madurez del ser humano en el
camino hacia la eternidad.
Además, no se puede olvidar que los ancianos
ven los acontecimientos como expertos en sensatez y, por ello, están en
condiciones de ofrecer a los jóvenes consejos y enseñanzas preciosas. Su misma
precariedad física o psíquica es una llamada y una oportunidad para la
solidaridad que une a las diversas generaciones entre sí.
Por último, los ancianos con frecuencia
prestan impagables servicios a sus hijos y nietos, cuidando de los niños,
llevándolos al colegio, dándoles de comer, educándoles en las virtudes humanas
y cristianas, dando por segunda vez los mimos y castigos que dieron a sus
hijos. Realmente, el aprecio, amor y reverencia hacia nuestros mayores no es
sólo un deber de justicia sino una garantía de humanidad. Que el Día del Abuelo
sea, por tanto, un día para acercarnos a ellos con más cariño y un día que
deseamos sea muy especial para ellos.
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